Presencias y ausencias en la vida humana
Resucitar
Ps. Roger S. Collazos
Universidad Javeriana Cali
En la tradición cristiana se está celebrando la resurrección como cenit de lo acaecido en la semana santa. Junto con el nacimiento y la muerte de Jesús, es la fecha más importante, núcleo sobre el cual se sostiene la creencia. Más allá de una inscripción de fe, valdría la pena retomar algo de lo que ahí está encriptado en ese mensaje para estos tiempos de incertidumbre a causa de la situación de salud pública.
En la liturgia de la palabra, el Papa Francisco invitaba a asumir este momento como el de la esperanza. En medio de la resurrección, posterior a la muerte, marca un sentido muy claro, no solo en relación a la dificultad. Este regreso a la vida sería posible solo si la muerte es clara. ¿De qué muerte estamos hablando?Yo, al otro lado de la pantalla, le preguntaría ¿En qué muerte pensaría usted? ¿De qué muerte no se recupera? ¿De qué pérdida no se sobrepone? ¿Qué pérdida no ha querido aceptar? ¿A qué necesita renunciar? ¿Qué relación podría terminar o transformar para tener más paz? ¿Qué ha muerto en usted en esta coyuntura? ¿Qué seguridad falló? ¿A qué parte de usted mismo le debe decir adiós?
Podría largarme en más y más preguntas, que en el fondo son la misma. La vida humana se debate en presencias y ausencias. En Occidente amamos más las primeras que las segundas, reflejadas en la fijación por tener o la sensación de tener, cuando en Oriente la ausencia, el vacío, pueden ser la manera de existir. Aunque nos fijemos en la presencia, en ver, en asegurar lo tangible, mucho de lo más placentero sucede por la ausencia insaciable. Es la ausencia del ser amado, que hace que se disfrute su presencia, así como el hambre y la sed dan la antesala a la saciedad. Todo lo presente debe hacerse ausente para volverse a disfrutar, así el placer es un círculo de recibir y despedir. Sufrimos por recrear, revivir lo perdido sin recibir lo que sí es presente.
Regresando a las preguntas sobre las pérdidas, estamos en una coyuntura en la que el mundo está dado para abrazar la ausencia y la incertidumbre, también lo que realmente significa de estar vivo, estar en comunidad. Es la ocasión en que, tras el ocaso de la costumbre, podemos valorar los vínculos como aquello que nos hace sobrevivir, así como el agua y el aire.En otras palabras, si queremos, estamos en el viaje de nuestras vidas. Este momento es propicio para que cambiemos tanto como lo está haciendo el mundo. En el fondo, lo que se cayó es el velo que no nos ha dejado ver nuestra vida y nosotros mismos.
Por último y no menos importante, esto que nos pasa y nos pasará en nuestro espíritu es algo profundamente político. El velo, nuestro modelo económico, nuestra idea de desarrollo, nuestras costumbres, nuestras decisiones, se han caído por su propio peso. Ya que no democratizamos nuestros sistemas de salud, el coronavirus nos democratizó a la fuerza la enfermedad. Nos mostró lo obvio, que todos somos iguales y que la vida de todos vale lo mismo.Más que una abstracción, hablar del sistema de salud, implica hablar del Estado, de sus funciones, de sus alcances, de su protección de los derechos fundamentales, de su regulación al mercado, no dejando a voluntad de este que nuestra vida sea cuidada. De lo que en nuestra vida recojamos como lo más sagrado, seguramente podemos nutrir nuestras futuras decisiones.
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